La palabra “conserva” de por si, es un término que puede generar mucha confusión ya que, por su composición, nos lleva a pensar que se trata de productos que contienen algún tipo de aditivo tipo conservantes, por ejemplo.
¿Cómo sino iban a tener una vida útil tan prolongada, y ser perfectamente seguros a la hora de consumirlos después de varios años? Un argumento lógico, pero falso.
Empecemos por el principio, según la normativa, un alimento conservado es el que, después de haber sido sometido a tratamientos apropiados, se mantiene en las debidas condiciones higiénico-sanitarias, para el consumo durante un tiempo variable.
En el caso de las conservas de pescados y mariscos, el tratamiento conservador consiste en someter los alimentos a la acción del calor a temperatura y tiempos suficientes para reducir o eliminar la acción de los microorganismos y enzimas mediante procedimientos de esterilización.
Además, es fundamental que estos procesos se lleven a cabo sobre productos que hayan sido previamente envasados en recipientes herméticos, de forma que protejan durante mucho tiempo al alimento de la entrada de cualquier contaminante externo.
Precisamente por esto, se hace innecesaria la adición de conservantes en este tipo de productos, ya que el propio proceso tecnológico contribuye, no sólo a la obtención de los productos tal y como los conocemos organolépticamente hablando, sino también, a que se mantengan inalterables con el paso del tiempo y a que puedan almacenarse sin necesidad de ser refrigerados.