Cuando nos disponemos a disfrutar de una lata de pescados y mariscos, además del evidente placer culinario y de las bondades nutricionales que contiene, estamos siendo testigos del enorme esfuerzo en innovación tecnológica que hay detrás del simple hecho de abrir una lata.
En los anales de la historia de las conservas de pescados y mariscos la apertura de los envases no era asunto baladí. El abrelatas, ese utensilio tan común presente en la mayoría de las cocinas del mundo, no se inventó a la par que las conservas sino casi 50 años después, cuando se consiguieron aligerar los pesados envases de hojalata. Hasta ese momento, se recomendaba en los envases lo siguiente: “Córtese alrededor de la parte superior con escoplo y martillo”.
La invención del abrelatas supuso la popularización de los alimentos enlatados y su entrada en los hogares, que hasta ese momento se restringía a los ejércitos y a los expedicionarios. Los primeros abrelatas que se patentaron tenían diseños con forma de chuchilla o de hoz y hasta 1870 no aparece el abrelatas tal y como hoy lo conocemos, con su rueda cortante girando alrededor del reborde de la lata. De todos modos la idea de facilitar la apertura de un envase sin tener que recurrir al típico abrelatas no es nueva, ya en 1866 J. Osterhoudt desarrolla la llave para abrir las latas, un sistema muy popular a lo largo de todo el siglo XX.
Sin embargo, hubo que esperar a mediados del siglo XX para dar un paso más en la evolución de los sistemas para destapar envases con las anillas de fácil apertura. Las primeras versiones industriales se presentan al principio de los años 60 del pasado siglo y se desarrollan rápidamente, primero para las bebidas en lata y posteriormente para los envases de pescado ya en la década de los 80.
Actualmente, asistimos a la incorporación de la apertura con «solapín», dando otro salto tecnológico que mejora al anterior sistema en facilidad de uso para el consumidor y en seguridad, pues no deja filos cortantes que puedan ocasionar accidentes domésticos.